El panorama político en Polonia dio un giro inesperado este fin de semana con el triunfo del ultraconservador Karol Nawrocki en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. Con un ajustado 50.89% de los votos frente al 49.11% del alcalde liberal de Varsovia, Rafal Trzaskowski, la elección se definió por márgenes mínimos que reflejan una nación dividida. La jornada electoral fue marcada por una elevada participación ciudadana superior al 71%, lo que evidencia el alto grado de polarización y el interés por el futuro político del país.
Durante las horas posteriores al cierre de casillas, las encuestas a pie de urna inicialmente otorgaban una ligera ventaja al candidato liberal Trzaskowski. Sin embargo, conforme avanzó el conteo oficial, Nawrocki logró imponerse con el respaldo del partido ultraconservador Ley y Justicia (PiS), consolidando así su posición como nuevo jefe de Estado. El resultado no solo sorprendió por su estrechez, sino también por lo que representa: una posible resistencia institucional frente a la agenda reformista del primer ministro Donald Tusk.
Karol Nawrocki, de 42 años, es considerado un recién llegado al ámbito político, aunque su discurso y posiciones firmes en temas como migración, relaciones con la Unión Europea y la OTAN han captado la atención del electorado conservador. Su postura euroescéptica y su cercanía con figuras como Donald Trump, quien públicamente expresó su respaldo, lo posicionan como un actor que podría obstaculizar las iniciativas europeístas del actual gobierno. Nawrocki también ha mostrado reservas ante la integración de Ucrania a la OTAN, lo que podría tener implicaciones en la política exterior polaca.
Con su llegada a la presidencia, se prevé un periodo de cohabitación tensa entre los poderes Ejecutivo y Legislativo, como ya ocurrió entre Donald Tusk y Andrzej Duda desde 2023. La nación queda dividida entre dos visiones opuestas: una orientada hacia una Europa más integrada y liberal, y otra que opta por valores más tradicionales y nacionalistas. La elección de Nawrocki confirma esta fractura ideológica, anticipando una fase de confrontaciones institucionales en uno de los países clave del Este europeo.